Una de las preguntas que se están haciendo los capitanes de esta
industria desde hace varias semanas es cuál será la “nueva normalidad” del
turismo en el terreno de la salud.
La respuesta es que claro que los efectos serán estructurales,
más allá de qué tan pronto se desarrolle una vacuna contra el nuevo coronavirus.
La Organización Mundial de la Salud dejó claro que a finales de año vendrá una
nueva ola de la enfermedad, en consonancia con la época de influenza, y así
como hemos aprendido a vivir con otras calamidades, como el sida, también habrá
que hacerlo con este virus.
Arne Sorenson, el CEO de Marriott
International, la cadena de hoteles más grande del mundo está decidido a
liderar, desde su trinchera en el negocio del hospedaje, el regreso de los
viajeros cuando amaine la pandemia del COVID-19.
Así es que Sorenson, junto con un grupo de
expertos, creó una “fuerza de tarea” y ya anunció que sus hoteles se preparan
para incluir en la limpieza productos que antes sólo se usaban en los hospitales.
También habrá instrumentos electrónicos para
acabar con los virus, se impulsará el check in sin tener que entrar en contacto
con el personal, habrá protectores de acrílico para hablar con los empleados,
dispensadores de gel antiviral y se desanimará el room service.
El mercado decidirá si se siente bien así,
aunque todo esto, además de recordarle a los huéspedes que el “enemigo
invisible” es “omnipresente”, también tendrá implicaciones fuertes en los
costos.
Así es que sólo cuando estén en marcha los hoteles
otra vez sabremos hasta cuánto estará el público dispuesto a pagar por todo
esto y los efectos reales que tendrá sobre la rentabilidad de las empresas.
Sorenson, al parecer, no tiene miedo a
equivocarse, lo que trae a la memoria aquella frase del gran Winston Churchill:
“Mejorar es cambiar; ser perfecto es cambiar a menudo”.
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